HOMBRES DE PAJA
(Relatos de la tierra amarga)
-¿Qué?, ¿cómo ha ido?
Ella lo mira fijamente. Intenta leer una respuesta en su gesto: los labios, apretados, como a punto de echarse a llorar o a gritar de júbilo; desorbitados los ojos, como quien se ha asomado a las espeluznantes bocas del infierno o no puede creer en la realidad del paraíso a su alcance; tensa la frente, como si el porvenir hubiera alisado las arrugas de la preocupación o como si el horror del desastre simplemente hubiese transformado su rostro en máscara, ¿máscara fúnebre o la máscara del superhéroe?
En su momento, fue la boda perfecta, con la que cualquier joven hubiera soñado. Cuando Ainoa, su amiga más íntima desde preescolar, le presentó al amigo de su último ligue y salieron los cuatro juntos, el futuro pareció sellado y bien sellado. Las dos amigas del alma, inseparables, se comprometieron con dos jóvenes que, previamente, ya eran amigos íntimos, desde los tiempos del cole. Esas dos fuerzas afectivas bien podrían haber entrado en conflicto, reacios como son a las novedades los afectos largo tiempo asentados.
-¿No quieres decírmelo ahora?
David no le responde. Había venido hasta el dormitorio, donde se ha quedado parado al pie de la cama, sin quitarse la ropa de calle ni emprender algún otro movimiento.
No hubo enredos ni intrigas en aquellos dos amoríos, ni remordimientos, ni complicaciones. No hubo una guapa que lavara su autoestima acoplando a la fea con el amigo que había quedado libre. Ellas eran estupendas, las dos; ellos dos, geniales. No hubo celos ni suspicacias en la confluencia de esos dos campos magnéticos, el de las amistades previas y el del reciente amor. Ni ella vio mengua alguna en su amistad con Ainoa, cuando ésta se hizo novia de Andrés; ni Andrés dejó de cultivar la amistad de David, cuando éste empezó a salir con la mejor amiga de su novia. Al contrario, entre los cuatro fueron tejiendo un rico entramado de afectos y confidencias.
-Por lo menos, dime si el encuentro ha sido positivo.
Aiona y ella soñaron desde la pubertad con ser modelos, con ser actrices, o cantantes, con ser personalidades populares, importantes. Quedaron en dependientas, de una céntrica boutique de ropa femenina Ainoa, ella en la sección de perfumería de El Corte Inglés. Pero no se sintieron rebajadas en sus expectativas. Al contrario. Al fin y al cabo, siempre habían sido unas chicas a la última, expertas en moda y en maquillajes. Sus respectivos trabajos les permitían seguir desarrollando su pasión por la imagen. Ellos, dos cerebritos a punto de licenciarse en Física, carrera que abre infinitas posibilidades laborales, la mayoría de las cuales bastante bien remuneradas.
-¿Quieres que te prepare algo?, ¿una infusión?, ¿una leche caliente...? ¿Descorcho el champán...? ¿Cuando estés más tranquilo, ya hablamos?
David la mira como si viera a una extraña, sólo atina a susurrar su nombre, Mónica, como si invocara a un poder superior del que, no obstante, alberga dudas.
Mónica y David no esperaron para casarse a tener el futuro resuelto, ni un piso propio ni un trabajo estable. La ilusión de Ainoa y Mónica, de toda la vida, había sido sellar su amistad casándose juntas, cada una con su respectivo pero en una misma ceremonia. Y cuando su amiga le dijo que a Andrés lo habían hecho definitivo en el banco para el que llevaba ya unos meses trabajando, en el departamento de seguridad cibernética, y que la había pedido en matrimonio, las dos amigas conspiraron y urdieron el plan perfecto para compartir en una misma celebración ambos enlaces.
Y ello a pesar de que David sólo disfrutaba de una beca de investigación en el Centro Superior de Investigaciones Científicas; era eso lo que lo apasionaba, ¿y qué mayor felicidad que apasionarte con tu trabajo? Ainoa y Mónica nunca fueron ambiciosas; resueltas, sí; jaraneras, por un tubo; pero para disfrutar de la vida tampoco es necesario frecuentar restaurantes con más estrellas que un Belén ni moverse por la ciudad en limusina; con unos cuantos botijos en feliz compañía, ellas dos son las reinas del mambo.
Envidiosas, tampoco. ¿Qué más da que el marido de la una acumule ceros a la derecha en su cuenta corriente y que el de la otra se pase el año rezando por que le renueven la beca? El dinero no da la felicidad; la amistad, sí. Para eso aguantaba Mónica carros y carretas en la sección de perfumería de El Corte Inglés, para no tener que renunciar al sueño de su vida, casarse junto a su amiga con un hombre al que adoraba.
-Entonces... ¿no piensas decirme nada, David?
David la mira. Un avispero en su mente le deforma el semblante, pero sus labios están sellados. No sabe por dónde empezar. Se sienta al filo de la cama, agacha la cabeza.
Con sus más y con sus menos, todo iba a las mil maravillas; en un apartamento de alquiler y haciendo malabarismos para estirar el dinero, pero felices cuanto dos personas que se quieren y comparten un par de horas al día y algún que otro fin de semana puedan serlo. Para redondear su gozo, contaban con la confianza y el cariño de sus dos mejores amigos.
Y un día, de pronto, empezaron a torcerse las cosas. Como ocurre siempre, sin previo aviso, una desgracia llama a otra desgracia, nunca vienen solas. Mónica tuvo aquel embarazo tan delicado que la obligó a guardar cama durante varias semanas y que acabó, antes de plazo, en aborto. Todavía de baja, recibió una carta comunicándole la no renovación del contrato.
Ainoa le fue entonces de mucha ayuda, moral, que no económica. Ellos también pasaban por un mal momento. El banco había dado en quiebra y, al ser absorbido por otro, el nuevo consejo de administración efectuó una reducción de plantilla sustancial. Andrés, desde las alturas de la opulencia, se vio de pronto en la calle. Pero, para entonces, había ampliado su agenda de contactos y no pasaría mucho tiempo antes de recibir una buena oferta de trabajo en un banco suizo. Otro palo para Mónica, que vio cómo de la noche a la mañana su mejor amiga y confidente emigraba junto a su esposo a tierras más propicias.
No habían acabado de reponerse de tanto descalabro cuando sobrevino la muerte repentina del padre de Mónica, en calamitosa coincidencia con el despido de David. La drástica reducción de presupuesto impidió la renovación del 75% de las becas de investigación. Numerosos científicos tuvieron que colgar definitivamente su bata en la percha del laboratorio; entre ellos, David. Muchos de sus antiguos compañeros marcharon al extranjero. A él tampoco le faltaron oportunidades fuera, sus avances en el campo de la espectrografía estaban teniendo cierta repercusión entre la intelectualidad científica internacional. Pero la suegra había quedado, con la viudez, en unas condiciones físicas y económicas preocupantes; impensable para Mónica el marcharse lejos en esa situación; y vivir a miles de kilómetros del hombre a quien había unido sus días, todavía menos. Por otro lado, ni siquiera tenían dinero para costear el viaje del esposo a cualquiera de aquellas entrevistas de trabajo.
Pero ella no se iba a dar por vencida, menuda es, y más cuando la soga aprieta. Dejaron el piso de alquiler y regresó Mónica al hogar materno, pero ahora como mujer casada, con su marido. Así mataban dos pájaros de un tiro, la madre estaría atendida y ellos economizarían hasta salir del bache. El bache se fue haciendo zanja; y la zanja, precipicio. David agotó el paro echando currículums de los que paulatinamente iba suprimiendo títulos académicos porque intimidaban a los empresarios. Mónica consiguió un contrato de reponedora en un supermercado de un polígono comercial del extrarradio, cotizando doce horas a la semana, aunque en realidad las doce se iban multiplicando según necesidades de la empresa sin que ese trabajo extra se tradujera en un aumento salarial. Más de una hora tardaba cada día en desplazarse de casa al polígono y otra hora a la vuelta. Pero lo hacía con gusto. Eso les permitía ir saliendo a flote. Y cuando el orgullo herido de David amenazaba con agriarse, ahí estaba ella para colgarle al chaparrón campanillas y risas.
Mónica no insiste. Le pone tan sólo la mano en el hombro y él pega un respingo. Alza la cabeza y la mira a los ojos, un instante, fugaz, en seguida vuelve a agacharla.
La madre de Mónica había trabajado de secretaria en un bufete de abogados, hasta que la novedosa informatización la dejó a ella obsoleta y sin edad para reciclarse. Se conformó con la compensación por despido y una estatuilla imitando el bronce como regalo de la empresa.
Cuando más encapotado vio el horizonte de su hija y de su yerno, aprovechó que Mónica estaba en el trabajo para ponerse su mejor abrigo, pedir un taxi y visitar al que fuera su jefe en otros tiempos. Por mediación de éste, David entró a formar parte de la plantilla de una importante gestora inmobiliaria, no como físico, claro, pero qué más da, al fin y al cabo un trabajo era.
Allí, aunque ostentaba sobre sus hombros un título de lo más rimbombante, en realidad era el chico de los recados, salvo cuando tenía que rubricar con su firma un informe redactado por terceros. Para él resultaba un poco frustrante malversar de aquella manera tantos años dedicados al estudio y a la ciencia, pero pudieron salir adelante; y ver cada día aquella sonrisa en la cara de Mónica le compensaba con creces. Incluso les dio para volver a alquilar un apartamentito, ahora que la suegra parecía haber remontado el bajón de la viudez.
Anoche, David volvió a casa muy nervioso. Los jefes máximos lo habían citado a una reunión para hoy. No podía tratarse de un despido; para ello habría bastado una llamada de recursos humanos o una simple carta de finiquito. ¿Un ascenso? ¿Un examen?
Esta mañana, Mónica le planchó el traje nuevo y lo vio salir de casa, hacia esa reunión, con el brillo del triunfador avivándole los ojos.
-No piensas decirme lo que te han dicho, ¿verdad?
-No te vayas -responde él cuando Mónica, ante su silencio, se dispone ya a salir del dormitorio.
* * *
-Pero, mamá, ¿cómo puedes preguntarme eso?
Mónica está visiblemente nerviosa. Le tiembla la mano al llevarse la taza de café a la boca. Su madre, en cambio, muestra una entereza impropia del momento. Mónica no se explica cómo puede reaccionar con tanto aplomo a lo que le está contando. Lo más seguro es que no se haya enterado bien. En esa convicción, le repite cuál es la difícil situación en la que se encuentra su esposo, después de solicitarle repetidas veces que guarde el más absoluto secreto.
La gestora inmobiliaria está siendo investigada por una supuesta duplicidad contable para encubrir el desvío de capitales a un paraíso fiscal. Ante esa amenaza, la dirección está dispuesta a poner a su nombre una importante cantidad de dinero irrastreable a cambio de que David asuma la total responsabilidad de los delitos; de hecho, su firma aparece reiteradamente en los documentos que la fiscalía investiga. Pondrán a su servicio el mejor bufete de abogados para minimizar la condena. Serán un par de años en chirona, cinco a lo sumo, y no tendrá que volver a preocuparse por el dinero el resto de su vida.
Dos años, y luego la libertad.
-¿Y qué les ha respondido? -pregunta la madre.
-¿Qué quieres que les responda? Está hecho un lío. Le han dado un día de plazo para que se lo piense.
-¿Habéis decidido algo?
-¡Yo le he dicho que ni pensarlo!
-Pero, hija, ¿tú estás loca? ¿Teniendo la oportunidad de quitaros esa soga del cuello para el resto de vuestra vida...? Dos años pasan rápido.
-¿Y si son cinco?
-Dos, tres, cinco... y luego a vivir a cuerpo de rey. ¿Sabes cuánta gente soñaría con algo así? Ni se lo pensarían. Dos años... ¿qué es eso?
-¿Dos años separada de él?, ¿sabiendo dónde está?
-Te haces a la idea de que se ha tenido que ir a trabajar al extranjero y...
-¡Mamá! ¿Y la dignidad...?
-Hija de mi alma, la gente corriente no tenemos dignidad, tenemos trampas y emboscadas que ir sorteando de día en día, que ya es bastante.
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