"Ven. Siéntate conmigo en el césped
antes de que otro césped crezca con tu polvo y el mío."

(Omar Jayyam, Rubaiyyat)

sábado, 2 de octubre de 2021

ANGINA DE PECHO

 



ANGINA DE PECHO

(EXPERIENCIA Y APOLOGÍA DE LA SANIDAD PÚBLICA)


     El pasado viernes, 24 de septiembre, a media tarde, comencé a sentir una extraña molestia en el lateral izquierdo del pecho, a la altura del corazón, molestia que se prolongaba a todo lo largo del brazo izquierdo hasta la mano, agarrotándome desde el hombro hasta la punta de los dedos, sin llegar a ser exactamente un dolor intenso, aunque sí algo inquietante.

     Tampoco era la primera vez que sentía algo así, ya había hecho acto de presencia en algunas otras ocasiones durante las últimas semanas, si bien de manera bastante esporádica y pasajera. En este mundo en el que, como afirma el filósofo coreano Byung-Chul Han, el desarrollo globalizado ha llegado a convertirnos en los explotadores de nuestra propia persona y la patología social que caracteriza al hombre actual es la ansiedad y el cansancio, yo achaqué en un principio esta nueva dolencia al inevitable estrés de un mundo desbocado y, como tal, intentaba contrarrestarlo con un ansiolítico y mediante ejercicios respiratorios controlados. Y parecía que iba funcionando. Pero no así el viernes de la semana pasada, cuando no dejaba de acentuarse, por lo que decidí acercarme a mi centro de salud para consultar si debería pedir cita con mi médica de cabecera o acudir directamente a urgencias.

     Afortunadamente, el que me pertenece no es de aquellos centros de salud bajo mínimos o directamente cerrados por las políticas restrictivas de nuestra folclórica presidenta. En cuanto expuse la situación en ventanilla, me condujeron a una salita que inmediatamente comenzó a llenarse de personal sanitario interrogándome, tomándome la temperatura, la tensión..., cada vez más personal que no ocultaba su inquietud e incipiente estado de alarma. En medio de aquel revuelo, escuché cómo se daba la orden para solicitar los servicios de una ambulancia que me trasladara inmediatamente a mi hospital de referencia para realizarme pruebas más precisas. Afortunadamente para mí, dicho hospital es también uno de los pocos favorecidos por los conciertos y por la faraónica inyección de presupuesto, a costa de la indignante depauperización de la mayoría de los centros públicos madrileños. 

     Ni un cuarto de hora tardó el personal del SUMMA en hacer acto de presencia. En aquella pequeña salita, se confundían médicas, enfermeras, conductores, personal administrativo, todos a una, cada cual con la precisión de sus distintos cometidos, todos ellos confortándome con la exquisita humanidad de su trato, en el que no descartaría hablar de cariño, cariño hacia el desconocido, cariño al paciente. Antes incluso de meterme en el vehículo, encamillado, ya me estaban poniendo vías en los brazos y una pulverización de nitroglicerina bajo la lengua. Entre aparatos como de ciencia ficción y la continua supervisión del personal de urgencias, recuerdo perfectamente el calor de una mano infundiéndome ánimos directamente sobre la caña del pie, llegamos al hospital, donde, previamente avisados, me aguardaba un tropel de médicos y personal sanitario.

     Diagnóstico, angina de pecho. En menos de 24 horas, aun siendo sábado, me habían realizado un primer cateterismo, proceso durante el cual hallaron otras dos arterias importantes igualmente afectadas. Unos días después, y tras otras tres horas de intervención con sus correspondientes complicaciones, la sangre volvía a fluir por mis arterias con bastante normalidad. Pasados unos días de observación, definitivamente me dieron el alta ayer viernes, 1 de octubre, tocado pero a flote, un poco más débil físicamente, pero mucho más entero en mi compromiso con la vida y con todos aquellos conciudadanos del mundo con quienes la comparto.

     Nunca me cansaré de proclamar mi infinita gratitud a todos y cada uno del personal sanitario, médicas, enfermeras, auxiliares, conductoras, que tomaron sobre sus espaldas mi dolencia como propia y cuidaron mi cuerpo, para ellas un cuerpo anónimo más, aunque con nombre y apellidos administrativos, con la delicadeza y la perseverancia con que entablillamos una rama rota en el árbol de la vida. En ningún momento las he sentido ni se han comportado como meras trabajadoras, han sido personas implicadas en una vocación de servicio público. No sólo se han esforzado en devolver a mi cuerpo sus funciones vitales, sino que le transmitían el aliento para que él mismo tendiera hacia el recuperamiento como la planta hacia el sol, derrochando afecto, bondad, comprensión, ternura, humanidad, mucho más allá de su incuestionable profesionalidad.


     En crudo contraste, la "externalización" de servicios adicionales fundamentales, como el servicio de comida, en contra de los tan cacareados y propagandísticos supuestos beneficios de la gestión privada, han sido absolutamente deplorables, hasta el punto de que, sin considerarme yo una persona especialmente exigente con la comida, abierto tanto a la degustación sibarita como a los disfrutes más elementales, puedo decir que apenas si he probado bocado durante esta semana de intervenciones quirúrgicas y convalecencia, devolviendo una y otra vez las bandejas prácticamente intactas. El abuso de productos industriales y la reutilización indiscriminada de alimentos ultraprocesados desmentían rotundamente los supuestos beneficios de la dieta hospitalaria.




     A modo de ejemplo, la tarrinita de tomate para la tostada del desayuno del primer día era un triturado de tomate de lata, con todos sus colorantes, conservantes, acidulantes, potenciadores de sabor... A mediodía, de primer plato, gazpacho: un bol con un líquido consistente en el mismo tomate de bote triturado y "rectificado" con abundancia de vinagre para potenciar la ilusión de gazpacho. Curiosamente, el primer plato del día siguiente consistía en una prometedora ensalada de legumbres; o sea, una buena cantidad de garbanzos de bote (la uniformidad de su cocción lo evidencia), con todos sus conservantes, acidulantes, etc., nadando en el mismo triturado de tomate de la tostada y del gazpacho, aderezado con algunas milimétricas tiritas de pimiento (que, apostaría, aunque no puedo asegurarlo, dada su textura, debía de ser pimiento deshidratado).

     Pasemos al pescado, cuya sola mención ya despertaba las papilas gustativas. El pescado a la plancha consistía en una tajada de pez inidentificable, apelmazado, reseco, harinoso. Al masticarlo, se hacía una masa compacta en la boca, que te inducía a dudar de que aquello proviniese de algún animal auténtico y no de un amasado de harinas o sucedáneos alimenticios. El pescado al ajillo del día siguiente era el mismo pescado (parecía incluso la misma tajada, si no fuera por el pellizco que había probado la víspera, y en días sucesivos seguiría siendo una tajada idéntica, como si el pobre animal sólo tuviera existencia desde la branquia hasta la parte central del lomito); no sólo era la misma tajada del mismo pescado, sino que además venía aderezado en idénticas condiciones, más propias de un microondas o cualquier otro aparato industrial, más que una simple plancha, con la única salvedad de ir adornado con dos rodajitas de ajo fritas y gomosas. Tercer día, pescado en salsa: idem de idem, la misma tajada, como calco de sí misma, pero cubierta con una salsa elaborada a base de espárragos de bote triturados en el propio jugo de la conserva, salsa rubricada por dos centímetros de espárrago blanco testimonial y sin cuerpo; al apartar la salsa del pescado para eludir más productos industriales, ¡oh, sorpresa!, ¿qué había debajo?, las dos mismas rodajitas de ajo frito y gomoso.

     La supuesta sopa de pescado que aparece en la foto y que constituyó mi última cena hospitalaria, mejor ni la comento, así como tampoco eso que llaman tortilla y que, en las distintas variantes en que se ha ido ofreciendo durante mi estancia hospitalaria, nunca supe dilucidar si eran tortillas, flanes, soufflés, ¿?, confeccionadas en moldes, puede que al horno, aunque mucho más probablemente en microondas, de textura indefinida y sabor indeterminado.


     Durante esta semana de enfermedad, se me han mostrado, en clamoroso contraste y en su más desnuda crudeza, las dos caras del mundo que hemos construido a nuestro alrededor o hemos dejado que nos construyan: por un lado, el inmenso valor, tanto social como humano, de los funcionarios públicos, unos servidores que no ejercen la caridad ni el clientelismo sino la justicia distributiva y universal, unos sanitarios que, exhaustos tras una apocalíptica pandemia que nos ha llevado a todos al límite, cuánto más a ellos, en el centro del huracán, a pesar de toda esa ingente carga acumulada a cuestas, conservan su grandiosa humanidad vocacional y una entrega incondicional; por otro lado, la denigrante y letal confabulación de unas políticas al servicio de los mercados y de la rapiña del beneficio particular, unas políticas que sólo persiguen hacer negocio con las necesidades básicas y convertir la necesaria solidaridad y equidad, base de cualquier sociedad democrática, en usura y especulación, aun a costa de las vidas.


     Vaya desde aquí mi más profundo reconocimiento a médicas, médicos, celadoras, celadores, enfermeras, enfermeros, auxiliares técnicos... Cada vez que uno de ellos me tocaba, para clavar una aguja, para extraer sangre, o simplemente para alentarme con una caricia, la medicina con la que reparaban mi cuerpo deteriorado iba tan destilada en ternura, comprensión, humanidad, que se convertía en un elixir de vida.

     Gracias por vuestro compromiso, por vuestra empatía. Me gustaría daros las gracias uno por uno, con un abrazo que fuera único y universal. Gracias desde este corazón al que habéis sabido infundir nueva energía.

3 comentarios:

  1. Tu corazón es muy Grande....está lleno de ternura y bondad, cuidarte como paciente y mimarte es una alegria para los que trabajamos en sanidad...Te quiero muchoooo..cuidate que te necesitamos😘😘😘

    ResponderEliminar
  2. Es de bien nacidos ser agradecidos a todo lo bueno y a todos aquellos que cada día luchan por el bienestar del paciente y, en la medida de lo posible, suplir las deficiencias del sistema, a veces muy notorias.
    ¡¡Arriba una Sanidad Pública sin recortes!! porque la humanidad ya la tenemos.

    ResponderEliminar
  3. Querido Jesús, cuánto lamento que hayas tenido que sufrir esa experiencia, pero más allá del suceso, al que todos como humanos estamos expuestos, me alegra comprobar que has estado en buenas manos, las de nuestros sanitarios, nada menos, que no se rinden, que dejan bien alta su vocación, pese a las injustas condiciones de trabajo,siempre bajo presión. Estoy contigo en lo del mercadeo de la externalización de los servicios.Es un abuso injustificable.Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar