ELLOS
Oigo cómo se acercan, aun con las ventanas cerradas. Son ellos. Oigo desde el amanecer su tumulto aproximándose, apenas un murmullo al principio, como chinarros rechinando en la orilla, creciendo paulatinamente hasta convertirse en estruendo. Incluso sin verlos, sé que son ellos porque no hay quien destile en la voz tanta virulencia. Los esperaba desde hace tiempo, desde que pronuncié aquella palabra que me desnudó públicamente frente a sus mentiras y ponzoñas. La verdad escuece sobre el odio como ácido corrosivo y nunca van a perdonarlo, sería como admitir el vacío sobre el que sustentan sus propios demonios. Ellos son los que firman bombas que caerán sobre los desvalidos objeto de su desprecio. Quienes enarbolan un rencor criminal contra el diferente. Son la cuadrilla que avanza como manada brutal en libidinosa carnicería. Quienes asienten a que otros aprieten el gatillo con tal de no perder la seguridad de las correas con las que un amo anónimo los conduce. Escucho cómo fuerzan la entrada al portal y suben por la escalera en turbamulta. Tengo echado el pestillo. Primero me sentí seguro entre estas cuatro paredes, a resguardo de su furia vengativa, al calor de una madriguera. En cierto momento, comprendí que, más que refugio, había hecho de mi hogar trinchera, lo había convertido en celda de aislamiento. A medida que sus voces se hacen más próximas, más apremiantes, más violentas, peldaño a peldaño, temo que, en realidad, cuando hagan de su fuerza bruta ariete para el asedio, mi refugio no haya sido sino mi propia trampa. Los oigo ya en el rellano. Sus gritos carecen de toda lógica, mero estallido destructivo. No tengo escapatoria. Tengo una salida. Abrir la puerta que ya aporrean con palos y barras metálicas y mirarlos cara a cara, enfrentar a su máscara macabra la transparencia de mis dudas y mis certezas.
Tan breve como genial
ResponderEliminarGracias por tu valoración.
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