JARDÍN DE ENCUENTRO
No fue éste el único nombre que barajé para el blog, pero sí el que más se adecuaba a lo pretendido con este espacio virtual; no un jardín privado para el disfrute particular, sino el jardín como invitación a la intimidad del diálogo, como lugar de encuentro con el otro, con quien, siendo diferente a mí, comparte mi misma naturaleza.
El jardín, así, no es un decorado, ni un mero escenario, sino un espacio propicio para la confidencia, para el intercambio de ideas y emociones, para la amistad, sin dejar de ser al mismo tiempo un interlocutor propio.
La voluptuosidad de la naturaleza, recreada por la mano del hombre para mejor comprender y amar la propia naturaleza a una escala más humana, no busca aquí el hedonismo individualista y decadente de finales del siglo XIX, hedonismo articulado en clave capitalista para consumo particular. Más bien, surge de la nostalgia de ese jardín tan presente en la poesía tradicional persa y en parte de la literatura árabe, heredero directo del jardín de Epicuro, así como de la Academia platónica y el Liceo de Aristóteles. En ellos, la angustia ante la precariedad y las dificultades de la existencia, interrogada en un espacio artificial que aprehende con mirada humana la múltiple variedad de la vida, dicha angustia se ve, si no superada, sí atemperada al calor de la amistad y de los afectos.
En el jardín de Epicuro, como en el jardín de Omar Jayyam, contemplamos en la caducidad de lo existente nuestra propia caducidad, pero no nos enfrentamos a ella desde la soledad, sino que es interrogante trascendido por la presencia del amigo, cuyo aliento se hace nuestro aliento.
No se viene a este jardín a competir, sino a compartir, compartir la complejidad de la naturaleza y las herramientas con las que intentar comprender el entorno y comprendernos a nosotros mismos.
Es por ello que éste se pretende un espacio abierto, y busca los comentarios, las discrepancias, las puntualizaciones, la controversia, el intercambio fluido de pensamiento y emoción. Pero siempre desde la empatía, desde el respeto, desde la amistad.
No sólo no serán bienvenidos los insultos, el sarcasmo cáustico, la invectiva, la intolerancia, el fanatismo, la acritud. Son monstruos del más ciego narcisismo que no tienen cabida en este jardín, siempre quedarán fuera.
Sólo las voces cordialmente discrepantes, no antagónicas, son capaces de crear un auténtico acorde, como aquellos acentos oscuros y sobrecogedores en el laúd de Los Gazales de Hafiz.
"Pasó la privamera, el tiempo vuela
y Hafiz tiene aún su copa medio llena."
(Los Gazales de Hafiz,
traducción: Enrique Fernández Latour, ed. VISOR)
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