Me gustan las cosas sencillas. Una sonrisa transparente en una cara amiga. El calor del café entre las manos en los fríos días del invierno. La cambiante presencia de la luna a través de la inmensa serenidad del silencio cósmico. Observar los movimientos del gorrión o los requiebros del mirlo en el alféizar de la ventana. La hoja del árbol, incandescente en su amarillo otoñal, embebida en la cálida luz de la tarde. La palabra que da aliento y da estímulo. Una sonata de Mozart, redimiéndonos con la melancólica levedad y la cordial energía de su música de nuestras cadenas humanas. Contemplar los miles de gestos de solidaridad, pequeños, discretos, casi anónimos, con los que me voy cruzando por la acera. El repiqueteo de la lluvia en el paraguas y el tonificante aroma del aire húmedo, renovado. Brindar con el corazón y con los ojos. Una lectura que me devuelva la energía para ser persona y no sólo mero agente de los pensamientos de otros. La sombra del árbol desde la que admiro los juegos de luz por el paisaje.
Sólo esas realidades gratuitas, esos gestos sencillos, espontáneos, a menudo desapercibidos, son fuente inalienable de felicidad. Ni los triunfos individuales, sean triunfos sociales o laborales, ni mucho menos los económicos. Éstos, en todo caso, pueden ser herramienta, nunca un fin en sí mismo, estrategias en el desarrollo de nuestro ser social, no de nuestra felicidad. La felicidad tiene alas ligeras, inaprensibles; necesita una integridad del ser que no perturbe, en los obtusos engranajes de los protagonismos, su vuelo intrascendente y desinteresado.
Yo hoy he decidido ser feliz.
En medio de un mundo cada día más desquiciado, cuando los más sombríos idearios de la historia se extienden de nuevo, nunca erradicados, como un pestífero veneno invadiendo el presente, un presente dominado por la insolidaridad, el individualismo, la intolerancia, el fanatismo, el racismo, la intransigencia, los patriotismos más xenófobos y el egoísmo identitario más beligerante; entre banderas que intentan imponer de nuevo su discurso asfixiante y excluyente; vapuleado por unas políticas que cada día degradan más y más las condiciones vitales y éticas de sus ciudadanos; esclavo a mi pesar de esta feria de las vanidades que es el escenario de nuestros días; he decidido buscar la felicidad, que no se encuentra en las grandes proclamas ni en las actitudes grandilocuentes, sino en las cosas sencillas, en los pliegues de la cotidianidad, allí por donde la mirada humana pasa de largo, ofuscada por el trompeterío vano de una sociedad mercantilista. No aspirar a remontar con alas impostadas los espacios y las estrellas, sino descubrirme y descubrir al otro en esos gestos humildes, en la bondad de esos instantes mágicos y desinteresados, a través de los cuales la vida se manifiesta generosa y plena.
El pucherillo de lechuga es uno de esos platos cuya simplicidad sorprende por el equilibrado sabor de sus distintos ingredientes y la peculiaridad refrescante que la lechuga aporta a la densidad de todo guiso de estas características; por otro lado, la reducida presencia de ingredientes animales lo hacen ideal para cualquier época del año, más o menos fresca, más o menos calurosa.
En casa, era una comida bastante habitual, y bien recibida por todos; sin embargo, no la recuerdo de siempre, apareció en nuestra mesa a partir de alguna fecha concreta, que no puedo precisar. Si es receta tradicional o local o novedosa, transmitida por alguien a mi madre, siempre abierta a aprender, no puedo decirlo; lo que sí es que, desde el primer momento, se incorporó con total naturalidad a nuestra dieta habitual.
PUCHERILLO DE LECHUGA
INGREDIENTES (para unas seis u ocho raciones)
- Garbanzos, 500 gr.
- Arroz, 100 gr.
- Cebolla, una.
- Zanahoria, una.
- Puerro, uno.
- Lechuga, dos.
- Ajo, un par de dientes.
- Morcillo de ternera, 750 gr.
- Tocino, 150 gr.
- Chorizos frescos, uno o medio por comensal (a voluntad).
- Punta de jamón.
- Huesos de rodilla de ternera, dos.
- Clavo entero, seis.
- Comino, media cucharadita.
Como es de rigor con las legumbres, debemos poner en remojo los garbanzos la víspera.
En primer lugar, ponemos a cocer el morcillo, con el tocino, los huesos y la punta de jamón, a los que añadimos la cebolla, con un corte en cruz por encima, sin llegar a separarla en cuartos, y con los clavos de olor pinchados en ella en corona, más el puerro y la zanahoria.
Cubrimos todo ello de agua, sin sobrepasarnos, ya que la lechuga soltará bastante líquido. Lo cocemos a fuego vivo hasta que arranque a hervir, momento en el cual bajamos la intensidad a fuego medio. Lo dejamos cocinando aproximadamente una hora, cuidando de quitar la espuma parduzca que se va formando en la superficie.
Pasado este tiempo, retiramos la cebolla, la zanahoria y el puerro, y añadimos los garbanzos, le lechuga, limpia de las hojas exteriores más estropeadas y troceada en rodajas no demasiado finas.
Por otro lado, pelamos los dientes de ajo y los majamos con media cucharadita de sal y otra media de comino molido. Puede utilizarse el comino ya molido o, preferiblemente, utilizar el comino en grano y majarlo previamente en el mortero con un movimiento circular del mango que los triture. Una vez resulte del majado una masa pastosa, la añadimos al guiso.
Cuando vuelva a hervir, tendremos que retirar la espuma blanca que desprenden los garbanzos al cocer. Lo dejamos a fuego suave durante una hora y tres cuartos o dos horas, hasta que los garbanzos estén casi tiernos.
Llegado este momento, retiramos los huesos y apartamos el morcillo y el tocino, junto con la punta de jamón, que puede aprovecharse también para acompañar la carne o, si resulta demasiado fibrosa y seca, simplemente retirarla, según gustos.
Si el guiso tiene demasiado caldo, podemos apartar un poco para cubrir la carne y el tocino y que no se resequen. O bien los cubrimos con papel de aluminio o un paño.
Finalmente, añadimos el arroz y los chorizos frescos. Éstos son facultativos, pudiéndose prescindir de ellos, si se quiere un resultado aún menos graso.
Rectificamos de sal y lo dejamos cocer otros quince minutos, hasta que el arroz esté tierno, momento en el cual detenemos la cocción.
Si el resultado es excesivamente caldoso y se prefiere más espeso, basta con extraer medio cucharón de garbanzos solos, con un poco de caldo, y, tras pasarlos por la batidora, incorporarlos a la olla, junto con un nuevo hervor de un par de minutos.
Resulta adecuado dejarlo reposar un poco. Lo ideal incluso es prepararlo la víspera, para que el guiso trabe perfectamente.
Y a disfrutarlo, como siempre, mucho mejor si es compartido en amigable compañía.
Construyamos felicidad, es sencillo.
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