"Ven. Siéntate conmigo en el césped
antes de que otro césped crezca con tu polvo y el mío."

(Omar Jayyam, Rubaiyyat)

viernes, 26 de mayo de 2023

APUNTES SOBRE UNA NOVELA, WONDERWORLD





WONDERWORLD, PRESENTACIÓN 


Hoy hemos venido a hablar de mi libro.

Tal como anda el mundo, quizás lo mejor sería ponernos a hablar de otras mil cuestiones mucho más imperiosas, verdaderamente preocupantes, vitales; cuestiones como la guerra, el hambre, las injusticias, la no justicia, que es una forma aún más atroz de injusticia cuando la propia judicatura toma ideológicamente partido. Podríamos hablar de la deriva peligrosamente involucionista de las sociedades, de la insensata destrucción de nuestro entorno, de la destrucción de nuestras propias condiciones de vida por un afán consumista alienante, desenfrenado y atrozmente contaminante. Pero os he invitado hoy a este espacio para hablar de mi última novela, Wonderworld, y no es cuestión de defraudar expectativas.

     Por otro lado, ¿quién me dice que, hablando de un libro, no estemos hablando de algo que trasciende esa propia creación literaria concreta?, ¿que toda obra no es, en el fondo, sino una ventana abierta a esa realidad compleja, acuciante, contradictoria?




La madre de todas las preguntas: ¿y de qué trata tu novela?

Hace unos meses, pocos, fuimos mi pareja y yo al cine, porque soy de los que todavía prefieren ver una película en su espacio idóneo, en una sala de cine, en lugar del acomodaticio sucedáneo televisivo, no digamos ya su empobrecedora miniaturización en soportes tan poco adecuados como la tablet o el móvil. Tristemente, sólo éramos cuatro o cinco personas en la sala, pero qué inmersión tan plena en la película, sin condicionantes externos, sin distracciones, sin interrupciones, concordando tu propia respiración al ritmo contemplativo de la respiración de los restantes espectadores.

     Vimos la película Tár, de Todd Field, magníficamente protagonizada por Cate Blanchett en el papel de una directora de orquesta exigente y autoritaria. He de confesar que, tras haber leído varias críticas en las que unánimemente la definían como una historia sobre los efectos totalitarios del poder, yo iba con cierta prevención. Y, en principio, ¿qué tiene eso de malo?, podría preguntárseme. Personalmente aborrezco las películas de tesis, las novelas de tesis; en general, toda aquella obra que "trata de algo concreto", sea la homosexualidad, o la violencia de género, o la lucha de clases, o las estrategias del poder; o sea, cualquier argumento unívoco, estructurado en base a la demostración de un apriorismo determinado. Me recuerda demasiado una clase magistral. Me provoca no sólo una sensación, sino incluso el convencimiento de reduccionismo engañoso. La vida no nos viene compartimentada por temas, no se nos ofrece por bloques, como las asignaturas en el instituto: a las 8:15, homosexualidad; a las 9:10, violencia de género; a las 10:05, lucha de clases; a las 11:00, recreo, descansamos y nos divertimos un ratito; tras el recreo, clase maestra sobre los mecanismos del poder... Afortunadamente, la película era mucho más compleja, más ambiciosa, más poliédrica de lo que pontificaban sus críticos.

Habrá quien se pregunte: ¿a cuento de qué esta digresión, aparentemente fuera de lugar en la presentación de una novela? Y no le faltaría razón, si no fuera porque me viene de perillas para ejemplificar el brete en que me encuentro cada vez que alguien me pregunta: y tu novela ¿de qué trata? Yo entonces, generalmente, me rasco la cabeza, pongo cara de circunstancias y me obligo a sacar de la chistera del mago un "tema" para satisfacer la curiosidad del posible lector. Porque, en realidad, al construir un relato, no suelo estructurarlo sobre la base de un tema específico. Muy a menudo, a partir de un germen narrativo azaroso, una anécdota fortuita, un paréntesis de realidad, a partir de un hecho singular y observable, recolecto situaciones concomitantes, personajes, acciones, condicionantes, respuestas; es la observación de la complejidad de cuanto me rodea lo que da ser y enjundia a cuanto escribo.

     Dicho lo cual, ¿cómo me planto yo aquí y ahora y pretendo explicar de qué va Wonderworld, sin que suene a falso, a solución de compromiso? Yo mismo me he metido en un callejón sin salida. Con lo fácil y cómodo que hubiera sido venir y soltar: Wonderworld (que, por cierto, ¡vaya titulito!, ni ideado por tu peor enemigo) va sobre los malos tratos, o sobre el estrés de la vida contemporánea, o sobre las distintas formas de enfocar la educación filial, o sobre las relaciones humanas, o sobre el poder ejercido por unos sobre otras, o trata del sentido último de la vida o... qué sé yo, cualquier titular al paso. Y, sin embargo, después de todo lo dicho, os debo una y voy a intentarlo.



Haciéndome el vago, podría echar mano del resumen de obligado cumplimiento para la contraportada y repetir aquí: ambientada en el Madrid de comienzos de la crisis global de 2008, la novela escudriña en el ambiente de frustración e individualismo, en un momento previo a la desmesurada proliferación de las redes sociales, como precedente inmediato de la situación de crispación e intolerancia que caracteriza la sociedad contemporánea. Toda ella se estructura a tres voces, mediante los monólogos paralelos de tres personajes independientes: una mujer divorciada, vigilante de estacionamiento regulado, estresada y ampliamente superada por el cúmulo de obligaciones y contratiempos y atrapada en un atasco circulatorio; su exmarido, hombre con una mentalidad intolerante y regresiva, empleado en una gestoría, de charla con los compañeros de trabajo mientras se toman unos cubatas en el bar habitual; y un joven enfermero del SAMUR, agobiado por una situación familiar dramática que, no obstante, debe apartar de su cabeza en plena jornada laboral, mientras atiendie desde la ambulancia las urgencias que van surgiendo. En el transcurso de una única lluviosa tarde de primavera, asistimos a la confrontación de diferentes modos de encarar la vida, respondiendo al azar de las circunstancias y a las relaciones de poder que se nos imponen y que nosotros mismos asumimos.

     ¿Demasiado genérico? Para una presentación que se supone su puesta de largo, ¿no debería concretar un poco más lo específico de esta propuesta literaria? Pero ¿cómo presentarla con honestidad sin caer en la indiscreción?

     De entrada, podría justiciar al menos por qué sitúo la acción en la crisis del 2008 y no en el presente más inmediato, tan convulso y polarizado. ¿Hay alguna especificidad determinante en la elección de ese marco temporal? También podría no detenerme en justificaciones no buscadas, ya que toda obra creativa es una mirada al mundo en su totalidad a partir de una perspectiva espaciotemporal determinada. Pero me apetece explicarlo, y la explicación es muy simple.

     Soy un escritor lento, reflexivo, inconformista, una meticulosa hormiguita que hace y rehace lo escrito durante largos periodos temporales, tachando aquí, ampliando aquello, recomponiendo el discurso hasta dar con la voz precisa y el equilibrio formal adecuado. Siempre he actuado así, y ni me avergüenzo ni me vanaglorio. Forma parte de mi naturaleza creativa. Y en el caso de esta novela, no iba a ser menos. Más de doce años median entre su primer esbozo y el resultado final. Podría haber ido adaptando aquel esquema inicial a la situación contemporánea, pero ¿valía la pena? ¿Ha cambiado tanto la sociedad en este último decenio y pico?, ¿son tan diferentes la sociedad que ciegamente se abocaba a una crisis global de proporciones hasta entonces inauditas y este mundo que ha debido recomponerse a marchas forzadas en medio de una crisis provocada por una pandemia, guerras que nos vuelven a situar al borde del abismo y las evidencias más desastrosas del cambio climático provocado, o al menos apremiado, por un consumismo desbocado? Como dice el refrán, de aquellos polvos, estos lodos. Y, para comprender la devastación de un incendio, siempre es aconsejable indagar en las circunstancias que lo provocaron. A raíz de todo ello, me iba dando cuenta de que entre la época en que se sitúa la novela y la actualidad no sólo no ha habido un cambio de orientación esencial, sino que no hemos parado de acentuar aquella apuesta por el individualismo, la intolerancia, el diálogo social no ha dejado de crisparse y hacerse más y más difícil, arrojándonos a un páramo cada vez más inhóspito.



Vayamos al meollo: ¿qué es?, ¿qué tiene de específico Wonderworld?

Quizás me sea más fácil dar una respuesta si buceo en su proceso de creación, cómo fue gestándose a lo largo del tiempo.

     En el encabezamiento de la contraportada aparece una cita de la propia novela que pareciera dar la clave temática: "¿Qué hace de ese amasijo de músculos, huesos, nervios, líquidos, algo capaz de componer uno de los quintetos de Mozart?, ¿o de organizar un holocausto?". O sea, ¿qué hace de ese animal racional, de ese animal artístico y creativo, de ese animal social, tal como lo definió Aristóteles, algo capaz de lo más sublime y, al mismo tiempo, de lo más abyecto?

     Pues bien, a pesar de su importancia temática, dicha cita, puesta en lugar preferente tanto en la contraportada como en la propia obra, más que un punto de partida, en realidad supuso un punto de llegada; no fue un germen narrativo, sino la conclusión lógica del todo el proceso de reflexión.

     Lo mismo sucede con el título, Wonderworld, título sarcástico, que ni siquiera facilita su "comercialidad" y que no estuvo al frente de la obra sino muy avanzada ya su escritura. Hay ocasiones que el título de una obra brota desde un principio como una fuerza motriz, otras en las que dicho título se va gestando en las propias entrañas del proceso compositivo hasta terminar siendo consecuencia más o menos feliz de la propia lógica del relato. En este caso, perteneciente al segundo postulado, hasta desembocar en ese rimbombante Wonderworld, que no pretende ocultar su referencia al relato de Lewis Carroll, antes bien, lo refuerza mediante el nombre de la protagonista, Alicia, título que aspira a una lectura no anecdótica de texto, sino paradigmática, reflejo global de un mundo de todo menos precisamente maravilloso; antes de eso, el manuscrito estuvo encabezado durante años por un título provisional, un título meramente utilitario, La piscina.

     El incidente en una piscina municipal al que hacía referencia dicho título, suceso cuyos detalles prefiero ahora silenciar para salvaguardar la intriga o, como diríamos hoy en la jerga neoimperialista, para no hacer spoiler, fue el auténtico punto de partida de la novela, una experiencia real, suceso propio o anécdota transcrita casi literalmente en la novela, convenientemente adecuada, eso sí, al contexto narrativo mediante algunos retoques argumentales.

     Aquel encontronazo real con unos funcionarios públicos en el desempeño de su tarea al frente de una piscina municipal, una situación desquiciante por la estricta aplicación de una normativa arbitraria hasta los límites de lo irracional, tenía todos los componentes de lo absurdo y, al mismo tiempo, de lo paradigmático. Se encuadra en comportamientos relativamente frecuentes en muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana. Sucede a menudo con los reglamentos de régimen interior de cualquier instituto, por ejemplo, o con las normativas internas de un hospital, no digamos ya en el ámbito de la propia justicia, habitualmente tan laxa con ciertas personas de encumbrada posición social y, en cambio, tan implacable con otras. A diario podemos comprobar cómo la estricta aplicación normativa, tozuda, literal, sin atención a las circunstancias y a las peculiaridades del hecho concreto, sin una mirada ponderada y ecuánime, suele desembocar en situaciones aberrantes, absurdas, que contradicen y destruyen el espacio de convivencia que esas mismas normas pretenden salvaguardar, llegando en ocasiones a rozar la propia injusticia.

     Ésa fue la idea motriz en el concepto inicial de la novela. Pero plasmar aquella anécdota sin un contexto más amplio no dejaba de ser un ejercicio de denuncia particular que se agotaba en la propia pataleta. Por mucho que me hubiera afectado personalmente, por mucho que representara situaciones habituales, como argumento narrativo se me antojaba insuficiente.

     Buscar la forma de trascender la anécdota personal me condujo a remontar hilos narrativos verosímiles y coherentes en un contexto de conductas frecuentes y especialmente acentuadas en aquel momento histórico: cómo solemos indignarnos contra el legalismo ciego y autoritario cuando nos afecta o nos inculpa directamente a uno mismo y cómo, por el contrario, nos erigimos en jueces implacables cuando somos nosotros mismos los encargados de impartir o custodiar la norma. Nos revolvemos como víctimas acosadas por quien está un centímetro por encima de nuestra cabeza, pero, cuando se nos entrega el control de lo inmediato, por banal que sea esa vara de mando, desde nuestro estrecho espacio particular, nos aupamos al pedestal del juez inmisericorde. Víctimas y verdugos al mismo tiempo, destruimos las condiciones del entendimiento, los canales de la comprensión, abocándonos a sobrevivir en ese mundo de maravillas al que alude el título, un mundo de incomunicación, estrés, dominio, desencuentro; situación que las redes sociales han llevado a límites insospechados, creando un estado de crispación general en el que es cada día más difícil el diálogo, incluso con aquellas personas con las que compartimos un importante bagaje de ideas, convicciones o afectos. Dialogar se ha convertido en un territorio sembrado de minas.



A partir de estas premisas, la novela, en un principio, se estructuraba mediante los monólogos paralelos de dos personajes, Alicia y su exmarido, tan incompatibles como dependientes el uno del otro. Sin embargo, a medida que avanzaba, me iba dando cuenta de que ese esquematismo formal, incluso reforzando la complejidad interna de ambos personajes, conducía irremediablemente a un discurso maniqueo, demasiado simplista. Fue entonces cuando, haciendo de la necesidad virtud, surgió un tercer personaje en contrapunto, alguien que, sin escapar de las difíciles encrucijadas del diálogo, desde su condición de servidor público como enfermo en urgencias sanitarias, recondujera ese pozo de negrura a la luminosidad de un humanismo incipiente, esencial, que no nos ofrece respuestas, pero sí un espacio de comprensión y compromiso.

     Porque Wonderworld no busca ofrecer respuestas. Considero que una novela debe diseccionar la realidad, descuartizarla, abrirla en canal para conocerla sin los disfraces con que se nos impone, nunca convertirla en púlpito desde donde pontificar. Nunca me he considerado portador de respuestas, ni siquiera cuando he participado en distintos movimientos sociales, más bien de dudas. Y eso es lo que la novela plantea: interrogantes que nacen en la angustia, pero que no se resignan a la angustia.

Y es por ello que la novela comienza estilísticamente en un tono de comicidad bufa, con un realismo que coquetea con lo costumbrista, para crear un espacio de complicidad que espante prejuicios doctrinarios, un territorio irónico en el que poco a poco van desvelándose los cortocircuitos de nuestro espacio vital. De ese modo, lo que empieza siendo una farsa del día a día va transformándose en un infierno existencialista, una rueda que gira inexorablemente sobre sí misma, atrapándonos en su circuito asfixiante, sin capacidad para identificar responsabilidades, asumiendo esa cadena de poder en la que cada uno de nosotros somos un eslabón coercitivo, como terminará comprobando la protagonista en un final trágico a fuerza de esperpéntico.

Pero donde hay duda, hay un resquicio. De ahí la necesidad de un final abierto, de unos puntos suspensivos que nos abran la posibilidad de continuar enarbolando la llama prometeica del humanismo, porque, citándome a mí mismo, "todos tendemos a la luz, aunque llevemos atado a los pies el lastre de las tinieblas".

4 comentarios:

  1. Magnífico, querido Jesús. La duda es más verdad que cualquier temática estanca y en tu novela se respira la insaciable complejidad, los contrastes y la paradoja. ¿Hay, acaso, mejor aliento en la palabra? Abrazos.

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    1. Cuán reconfortantes me son siempre tus palabras, Lola. Un fuerte abrazo.

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  2. Jesús recuerdo con todo carriño nuestros años como alumnos de nuestra querida Popy. Te sigo por redes y segura estoy de que tu libro será espléndido, Trataré de conseguirlo. Estoy limitada por el mal estado de mis lumbares. Enhorabuena y un fuerte abrazo

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    1. Para mí fueron años fundamentales, de aprendizaje y de afectos compartidos. Cuídate. Otro abrazo para ti.

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